La luz es capaz de arrastrar con ella todos nuestros ritmos biológicos. La influencia de la luz del Sol sobre nuestro humor y sobre nuestros instintos es bastante evidente, y no nos resulta extraño el hecho de estar más felices en primavera que en el invierno.
La luz tiene una influencia directa, incluso ejerce control sobre algunas funciones esenciales de nuestro cerebro emocional (aquellas capas del cerebro más pronfundas encargadas de controlar las emociones y fisiología del cuerpo) . Por ejemplo, para los animales que viven en la naturaleza sin la influencia de fuentes artificiales de luz, la duración de los días es lo que determina los momentos en los que se acuestan y se levantan.
Antiguamente pasaba lo mismo con las personas, pero el dominio del fuego y de la luz eléctrica han hecho que nos alejemos en gran medida del control que el ciclo natural de la luz ejerce sobre nosotros.
La luz actúa sobre el apetito, la líbido, los ciclos de sueño, la temperatura, los ciclos menstruales, el metabolismo, y sobre todo, en el humor y en nuestra energía para actuar. Cuando los días se acortan con la llegada del otoño y del invierno, una persona de cada tres siente un descenso en su energía, tiene una pérdida de motivación,y los pensamientos son más lentos además de otras cosas. Entre los meses de noviembre y marzo, en prácticamente el 10 % de las personas que viven por encima del paralelo 40 (Madrid en Europa y Nueva York en América)** estos síntomas alcanzan la proporción de una auténtica depresión. Se trata de síntomas más físicos que psicológicos.
Para hacer frente a todos estos síntomas cada vez más habituales, desde la década de 1980 se llevan realizando estudios e investigaciones que han explorado la utilidad de la terapia mediante la luz para las depresiones de caracter estacional. Descubrieron que 30 minutos de exposición diaria a una luz artificial muy fuerte (20 veces más luminosa que una bombilla normal) podía curar los síntomas de la depresión invernal en dos semanas. El problema era que los pacientes se quejaban mucho por tener que someterse cada día a una luz tan fuerte durante 30 minutos. En el transcurso de los últimos años, se han introducido enfoques totalmente nuevos. Uno de estos enfoques consisitiría en dejarse despertar poco a poco mediante la simulación de un amanecer natural (en los casos que no sea posible tener un despertar con un amanecer real), y es que nuestro cerebro y nuestro cuerpo están adaptados perfectamente a la señal del amanecer. Desde que los primeros rayos de luz pasan por nuestros párpados cerrados, por muy leve que sea la intensidad de la luz, nuestro cerebro ya comienza a recibir la señal de que es hora de comenzar a preparar la transición fuera del sueño. Así, el despertar será de una manera natural y el sueño no será interrumpido forzosamente como suele suceder la mayoría de las veces. Y es que, simplemente asegurándonos que nuestro momento del despertar sea así, estaremos cambiando y mejorando el transcurso del resto del día, nuestra energía y nuestros procesos fisiológicos.
** "The limited influence of latitude on rates of seasonal affective disorder". Journal of Nervous and Mental Disease.
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